Cuando era pequeña me enseñaron la importancia de leer y escribir en sus diversas formas. Con el tiempo aprendí a leer entre líneas, aprendí a leer a la gente. Aprendí a jugar en la tierra, pero no a leer la tierra. Aprendí a estar en contacto con la naturaleza, al menos eso pensaba.  

En el año 2018 emprendí un viaje hacia el sur de África donde puedo decir que desaprendí lo que había aprendido. La idea que tenía en mi mente de cómo funcionaba una comunidad venía de las raíces de una ciudad, de una sociedad.

El Campamento Cultural Maji Moto Maasai está ubicado en la sabana muy cerca de la Reserva Nacional Maasai Mara. Salaton Ole Ntutu, guerrero, jefe de la comunidad, y Susan Deslaurier, me recibieron con la más cálida bienvenida y me trataron como a una hija. Dispuestos a responder a todos mis cuestionamientos e incluirme en su vida. 

La magia de la luz, de sus vestimentas, de su forma de hablar, de sus cantos, de su forma de vivir y de su capacidad de ser felices con lo que tienen me capturó. El día empieza con el primer rayo de sol y termina con el ocaso, no hay horarios que cumplir. Hay tareas que hacer. Todas las mañanas un grupo de mujeres sube al monte para recoger leña cargándola en sus espaldas para abrigar las noches. Otro ejemplo de una tarea exclusiva para las mujeres es lavar la ropa en el río. Mujeres mayores, sus hijas, nietas y bisnietas comparten estos momentos en donde se transfieren historias de generación en generación.   

Presencié las salidas del sol, las caídas, el sol intenso que quema los territorios que cruzan la línea ecuatorial y un granizo parecido a como me imagino el fin del mundo. Durante las caminatas escuché a Meeri hablar con un guerrero en su idioma, Maa. Ella me explicó que ellos transmiten las historias así, contando a unos lo que hablaron con otros. De esta manera se construyen ideas y costumbres en común, tradiciones y sentimientos que se desarrollan en comunidad. 

Crecí en la ciudad siguiendo su ritmo y sus reglas, los Maasai me enseñaron que nuestro verdadero hogar solo está, esperando a que retornemos, donde nadie trabaja para sí mismo, donde la palabra individuo solo forma parte de una simbiosis. Donde la paz viene del orden de las cosas y no hay que buscar otro lugar porque el bienestar es suficiente, donde el fuego es alimentado en equipo y la generosidad de la Tierra es abundante. Así, dándome la sensación de estar en mi verdadero hogar donde ser parte de una comunidad da sentido de pertenencia y apoyo para el crecimiento individual. Un lugar donde se celebra con mágicos rituales que un joven pase a ser un hombre mayor respetado en la comunidad, convirtiéndolos en sabios.

No es fácil expresar en palabras qué cambió dentro de mí, fue una experiencia que sumó el ingrediente entendimiento sobre la magia de ser parte de un todo que fluye con la sincronía del Universo. Vivir pausadamente respetando los tiempos de la naturaleza, el fluir del agua que corre por los ríos sin prisa, el tiempo de siembra y de cosecha, el fuego que calienta y el aire que recorre el mundo a su ritmo, junto con nuestros propios tiempos. Esta vivencia despertó en mí el anhelo de volver a casa, de aprender a leer la tierra.

 
Previous
Previous

Animales

Next
Next

Cosmovisión Asháninka